sábado, 23 de febrero de 2013

Me duele la garganta




Me duele la garganta. Y me puse a pensar en los diferentes motivos por los cuales a uno le duele la garganta. Puede ser porque los días se vuelven locos, a causa del clima, que estamos en verano y se pone de golpe con 19 grados a las dos de la tarde. Y por las noches peor, sacamos del placard la frazada que pensamos en volver a usar recién entrando el otoño. O nos puede doler la garganta porque somos medio débiles de esa parte del cuerpo, y apenas tomamos un helado ya se nos enfría las glándulas y nos duele. O porque gritamos mucho cuando vamos a un recital y dejamos el alma con la vos en cada canción, total nadie nos va a prestar atención si no cantamos bien. O sino aquellos que son futboleros, pueden llegar a gritar un gol tras otro con tanta pasión que la campanilla dice “basta, hasta acá llegue”, agarra sus valijas y se va unos días. Cosas así.
Pero, mi dolor en particular no es por eso. A veces creo con ferviente seguridad que el cuerpo te “habla”. Si te duele algo es porque, claramente, algo le pasa, algo nos pasa. Entonces, llevando la bandera de ésta hipótesis puedo afirmar que si me duele la garganta, no es porque chupé frío, no es porque tomé helado, no es porque grité en un recital, o algún gol de River, es porque no puedo “decir”. No puedo hablar de la manera en que quisiera, no puedo expresar eso que tengo, justamente, atorado hace mucho tiempo en la garganta. Y no puedo porque no quiero. No quiero clavar una espada más profunda de la que tengo yo en el pecho. Yo sé que no sería comprendida, porque estoy segura que le hablaría a una piedra maciza y cuadrada. Y si callo, en parte es por bien propio. Y de ahora en más siempre será por bien propio. Porque ya estoy creyendo que no habrá cambios que me permitan cambiar a mí, en esos casos.
A mi me duele la garganta y es porque no puedo expresarme. Ese impedimento me pasa factura en forma de molestia. Y sé que ningún tecito con miel me va a aliviar, porque el único alivio tendría que venir de mi parte. Y mientras siga siendo una marea toxica la razón del malestar, siento no poder hacer nada al respecto. Aunque sienta que ya casi me resbala lo que contamine, aunque pretenda ser ciento por ciento inmune a esa nube intoxicada, no puedo. Llega ese punto débil de mí que me hace aflojar la armadura, y casi me ahoga. Casi me ahogo a mí misma.