“Sucumbí, sucumbí, lo hice de nuevo”, expresaba con fervor
psicótico ante su mirada atenta, casi como diciendo “y sí, se veía venir”.
No dejó que me sintiera mal, pero sabía cómo terminaría esa
charla. Yo, enojada conmigo misma, por ende con él también. Y él, más borracho
de realidades que de tequila.
- Por cierto, ¿de dónde sacaste esa botella?
- Acá una neurona bastante desinhibida me la dio. Es que
perdió conmigo jugando al truco, y el premio era el tequilazo. Igual, viene al
pelo para el fresco invierno. Ja.-
- En fin, nunca un té de boldo vos.-
- Y Boston, nunca dos días seguidos de seguridad interior.-
- Paremos, paremos… che, una inquietud: ¿Por qué yo no
siento los efectos del alcohol que tomás?-
- Vos no necesitás alcohol, vos estás embriagada de sueños.-
Confieso que con eso calmó las aguas tormentosas. Aunque, no
entendí muy bien lo que me quiso decir. Como sea, dejé de sentirme incómoda al
hablar con mi desprendido subconsciente. Es que logró sacarme de este plano, me
cambió de tema y… con eso pudo hacerme entender (un poquito) que no soy la
misma de antes.
Mientras yo miraba hacía un horizonte no definido, él me
explicó que debo empezar a tomarme más las cosas con soda. Bueno, teniendo en
cuenta que estaba ingiriendo unas bebidas, era claro que mi subconsciente
borracho me aconsejaba que relaje las cosas bebiendo. Pero, aún así, parecía
más lúcido que nunca.
- ¿Me estás queriendo decir que vivo más volando entre
astros que pisando el suelo?-
- Qué, ¿te diste cuenta recién de eso? Pff, dale, poneme un
hielo.-
- No, no, a lo que voy es que… si debo cambiar eso.-
Al parecer dije algo malo, porque la expresión en su rostro
cuasi fantasmal fue de mucho asombro, y a la vez de rechazo.
- ¡Claro que no pebeta! –sí, a veces usaba términos
arrabaleros- Lo que quiero que entiendas bien, y que te quede grabado en esa
cabecita de corcho que tenés, es que sos así, y así debés ser. Nunca lograste
comprender del todo que siendo así, ganás.
Así terminaba la conversación de ese día, no porque esa sea
la moraleja final, sino porque quedó totalmente despilfarrado en el piso,
durmiendo. Y de paso, me contagió las ganas de dormitar. Fui acomodándome en
mis aposentos, y con una sonrisa dibujada en mi semblante por la lección
aprendida, fui a soñar en compañía de la almohada.