Hay días en los que tengo una charla bastante interesante,
más bien un cruce de palabras intenso frente al espejo. ¿Quién hablaba del otro
lado del reflejo? Mi subconsciente. Y no lo hacía mi inconsciente porque estaba
ocupado resolviendo problemas de Edipo.
Al principio no percaté en quién o qué veía frente a mis
ojos. Ni siquiera se presentó. Era muy parecido a mi, por eso caí en la
realidad de que tenía a uno de mis alter egos hablándome de cosas. No me atrevo
a decir que filosofaba.
Cuestión que las palabras no tenían una coherencia entre sí.
Más con razón confirmé que era alguna parte de mí que traspasó la dimensión
reflejada. Eran más bien cosas sueltas, dichas siguiendo alguna línea de
pensamiento que a veces no captaba.
“Parecés borracho”, exclamé casi riendo. Con la mirada fija
en la mía, mi subconsciente me aseguró que lo estaba. Pero no era una
borrachera de esas que no dejan razonar sobre el presente. Sino, de las que
permiten una charla y un dialogo ameno y grato.
Tanta era la confianza luego de meses de conversaciones, que
él se creía con derecho a regañarme si fuese necesario. De hecho, yo le daba
ese lugar. Borracho y todo, a veces sin saber en qué día estaba el mundo, sus
palabras eran (y lo son) sabias:
Yo: ¿Por qué a veces suelo ser tan pelotuda?
Mi subconsciente borracho: Para eso no hay explicaciones
‘mija. Dejarías de serlo si dominaras más tus sentimientos.
Yo: ¡Ah!, sí, qué fácil eso ¿no? Y, ¿dónde están las
riendas?
Él: En tus recuerdos, en tu memoria. Sino, tomatelo con
soda.
Yo: Claro, con soda. Ajám.
Él: Bueno, entonces no me hablés más si te vas a poner así.
Yo: ¡Encima te ponés de esa manera! Te estoy preguntando
bien, ¿por qué soy así?
Él: Y… Sos así, y así el universo está en equilibrio, entonces
pa’ qué querés cambiar eso, pues.
Yo: Porque es lo único que saben hacer conmigo, boludearme.
Él: No exagerés, chiquita. Vos le das ese lugar.
Entre risas y llantos, mi subconsciente borracho me daba una
bofetada de realidades que ponían toda mi humanidad en la tierra. No era fácil
hacer eso, ya que suelo estar en una habitación muy cómoda en las nubes. Soy
socia vitalicia de vivir allí. Y sólo bajo, mejor dicho caigo al mundo, dos, o
tres veces al año.
En fin, esta pequeña parte de mí vive agazapada en mi
hombro, y de vez en cuando quiere tomar el mando de mis acciones. Sólo que
nunca le hago caso, algo característico en mí, pequeño detalle por cierto.
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