martes, 3 de julio de 2012

Mi subconsciente borracho


Hay días en los que tengo una charla bastante interesante, más bien un cruce de palabras intenso frente al espejo. ¿Quién hablaba del otro lado del reflejo? Mi subconsciente. Y no lo hacía mi inconsciente porque estaba ocupado resolviendo problemas de Edipo.
Al principio no percaté en quién o qué veía frente a mis ojos. Ni siquiera se presentó. Era muy parecido a mi, por eso caí en la realidad de que tenía a uno de mis alter egos hablándome de cosas. No me atrevo a decir que filosofaba.
Cuestión que las palabras no tenían una coherencia entre sí. Más con razón confirmé que era alguna parte de mí que traspasó la dimensión reflejada. Eran más bien cosas sueltas, dichas siguiendo alguna línea de pensamiento que a veces no captaba.
“Parecés borracho”, exclamé casi riendo. Con la mirada fija en la mía, mi subconsciente me aseguró que lo estaba. Pero no era una borrachera de esas que no dejan razonar sobre el presente. Sino, de las que permiten una charla y un dialogo ameno y grato.
Tanta era la confianza luego de meses de conversaciones, que él se creía con derecho a regañarme si fuese necesario. De hecho, yo le daba ese lugar. Borracho y todo, a veces sin saber en qué día estaba el mundo, sus palabras eran (y lo son) sabias:
Yo: ¿Por qué a veces suelo ser tan pelotuda?
Mi subconsciente borracho: Para eso no hay explicaciones ‘mija. Dejarías de serlo si dominaras más tus sentimientos.
Yo: ¡Ah!, sí, qué fácil eso ¿no? Y, ¿dónde están las riendas?
Él: En tus recuerdos, en tu memoria. Sino, tomatelo con soda.
Yo: Claro, con soda. Ajám.
Él: Bueno, entonces no me hablés más si te vas a poner así.
Yo: ¡Encima te ponés de esa manera! Te estoy preguntando bien, ¿por qué soy así?
Él: Y… Sos así, y así el universo está en equilibrio, entonces pa’ qué querés cambiar eso, pues.
Yo: Porque es lo único que saben hacer conmigo, boludearme.
Él: No exagerés, chiquita. Vos le das ese lugar.

Entre risas y llantos, mi subconsciente borracho me daba una bofetada de realidades que ponían toda mi humanidad en la tierra. No era fácil hacer eso, ya que suelo estar en una habitación muy cómoda en las nubes. Soy socia vitalicia de vivir allí. Y sólo bajo, mejor dicho caigo al mundo, dos, o tres veces al año.
En fin, esta pequeña parte de mí vive agazapada en mi hombro, y de vez en cuando quiere tomar el mando de mis acciones. Sólo que nunca le hago caso, algo característico en mí, pequeño detalle por cierto.

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