Frente al espejo matinal predesayuno descubro que tengo
complejo de personalidades cerebrales. No sé si alguna comunidad científica en
salud admite dicho síntoma como una patología, pero no encontré mejor título
que describa la situación y menos una mañana de invierno antes de tomar mi
matecocido.
El o la culpable de semejante embrollo mental, no sabría
señalar. Quizás sea yo misma, ya que estamos, quien se dibuja esos mundos,
submundos e inframundos en su vida. Lo seguro es que sucede sólo en mi cabeza
que, dicho sea de paso, ha sufrido varios tsunamis en lo que va del año. Y
menos mal que sucede sólo en ese espacio reducido, porque si se sufriera
también en mi persona de carnes y huesos sería peor la cosa.
Entre varias instancias de identidad mental se destacan dos.
¡Pobre mi cerebro! Que lo hostigo con semejantes especulaciones cuando soy más
pensativa. En cambio, cuando la intuición es la que manda, mis neuronas sienten
que están de vacaciones en el Caribe. En resumen, pienso menos. Y sólo hay
lugar para analizar la frase sabia que un ser amoroso supo aconsejarme: “Tenés
que dominar tus sentimientos, y no que ellos te dominen”. Excelente receta.
Lo realmente terrorífico es cuando estas dos características
deciden ir de la mano. Un ser pensativo-intuitivo es el peor karma que pudo
recaer en mi lucidez. Pero, no neguemos que es una buena combinación, como el
mate y los amigos.
La verdadera revolución en mi (sano) juicio se da cuando
aparece en escena esa persona. Más
que complejo de personalidad entra en acción un estado de adormecimiento
psíquico, casi placentero, que roza la demencia. No me quejo, es más, me gusta.
Lo que se siente como incomodo y destructivo es recurrir al viejo truco de
“hacerme la película” cuando mi mente cree haber visto algo sospechoso. Se
retuerce como lombriz en sus últimos suspiros, y me lleva a filmar trilogías
dignas de Hollywood. Cosa que al final, (no sé por qué, será obra divina),
revelo que sólo eran fantasmas. ¡Pucha! Si esa
persona lo supiera.
En fin, después de mi matecocido diario con pan integral, sigo
maquinando cosas que al fin y al cabo me ayudan a conseguir, bien o mal, mis
objetivos. En pocas palabras, sigo siendo yo.