miércoles, 13 de agosto de 2014

Palabras con poderes


Todos estamos dentro de esa red, que llevamos como un film pegada a la piel. La conciencia en su uso depende del momento en que la necesitemos. Se nos escapan, las dejamos ir, no queremos soltarlas. Diferentes son las causas que nos empujan a hacer diferentes acciones con ellas. Las palabras. 



Reunidas en una esquina, bien al fondo, en la mente, ordenadas como productos en una góndola, se acomodan hasta ser llamadas.

Les damos un turno, como en el médico, y las diagnosticamos según nuestros objetivos. Siempre bajo nuestra manipulación. Para que formen las frases que se nos antojen.

Están revestidas en un poder que, podría asegurar, es inigualable. Cualquiera puede levantar ánimos caídos o destrozar alegrías con solo pronunciar unas cuantas palabras. Dichas o escritas en un papel.

Danzan por el aire, atentas para ver las reacciones que sus bailes generan. Nobles armas que descansan hasta ser empuñadas.

A veces, las mismas palabras pueden construir diferentes sentimientos. Son tan atrevidas que a simple oído no se las puede identificar como falsas o verdaderas.

Vienen servidas con azúcar, edulcorante o amargas como el café fuerte. Se sienten como un cachetazo o como el viento en noviembre. Dependen mucho de quien las diga. Mucho dependen.
En ocasiones, les atribuyo las mismas cualidades que el fuego. Pueden quemar hasta generar dolor, o iluminar un ambiente oscuro.


¿Cuántas veces paramos el tiempo para preguntarnos sobre el poder que tenemos en nuestras lenguas? No hay estadísticas.

Lo cierto es que no nos damos cuenta de la capacidad enorme que recae en nosotros. No existe lo mal dicho, sino solo lo dicho. Podemos meter la pata, y nunca es sin querer. Porque el ser conscientes de que algo vamos a generar en el que escucha es constante.

Somos los dueños de la palabra. Podemos hacer lo que queramos con ella. Lo que no nos da el permiso de hacerlo en cualquier momento, y solo porque sí. Como si las revoleáramos al aire. Todo con moderación es saludable.

Hay que tener cuidado con esa arma de doble filo, porque en la mayoría de las veces podemos salir lesionados nosotros mismos.


Juguemos el juego que al que el lenguaje nos invita: la transmisión de nuestra esencia. El ambiente que nos rodea está determinado por las palabras que expresamos, esas que sacamos afuera. No decimos algo que no nos rodea, sino que decimos los que nos toca de cerca. Todo comienza por la palabra. Es el principio y el fin. 

martes, 18 de marzo de 2014

¡Cuidado! Imágenes impactantes


Amanecer



¿Cuántas veces en los noticieros televisivos, o en los programas llamados magazines, el conductor anuncia que veremos “imágenes impactantes”? Es cierto, lo vimos muchas veces. ¿Cuáles eran esas imágenes? Desastres naturales, choques de autos múltiples, delitos sangrientos, o alguna otra situación que cause pavor en los espectadores. Pero, ¿cuántas veces una “imagen impactante” es algo que alegra y trae paz? Con seguridad, me atrevo a decir que nunca nos mostrarán un amanecer, o el vuelo de un pájaro, el despertar de un bebé, o el ladrido de un perro, como imagen impactante. Todavía no entiendo la finalidad de llenar de negatividad la mente de las personas, en tratar de evitar que se den cuenta de que es impactante cada cosa que se tiene al lado. Una persona, una mascota, uno mismo.

Vuelo de pájaro

El término “impacto” según el diccionario significa: impresión que alguien o algo produce. Pero no solo las cosas trágicas nos causan impacto. O al menos no solo eso debería causarnos impresión. Da la sensación de que los medios nos metieron el chip de que solo lo desgraciado nos tiene que helar la sangre o darnos piel de gallina. Hay que avisarles que no solo de eso se puede conmover el ser humano. En mayor medida lo que más nos debe de impactar es todo lo que consideramos simple. Una pareja de ancianos caminando de la mano por la vereda, la caballerosidad de un chico, un aro iris, un perro rescatista, el humo de un café o un mate bien caliente en invierno. ¿Acaso eso no nos genera placer visual, y a su vez paz interna? Por supuesto que sí, pero nos bombardean con tantas cosas negativas que nos olvidamos que aquello que creemos que lo tendremos siempre no nos debe causar impacto. Hoy en día “no vende” todo eso. 

La lluvia

Nos hacen consumir lo que les dicta su antojo, y por esa razón caemos en la creencia de que solo nos impacta lo fatal, lo trágico, lo nefasto. Pero no. Avisémosle que no es así. Primero convenzámonos a nosotros mismos de que lo más mínimo es lo que nos tiene que impactar, nos tiene que causar impresión. 

Café bien caliente

Después nos vamos a dar cuenta que ya no es algo mínimo. Que a partir de ahora las "imágenes impactantes" sean aquellas que nos regocije el alma al solo abrir los ojos por las mañanas.