De forma convincente, anoche la almohada me dijo que cierre
la puerta. Levanté la cabeza y miré a mis espaldas, la puerta estaba cerrada.
Confundida pregunté:
-¿De qué puerta me
hablás?
Fue cuando, luego de un suspiro, mi almohada me explicó que
debo cerrar la puerta de mi corazón, o de lo que quede de él.
Hasta ese momento seguía sin entender, quizá porque eran las
3 de la madrugada y yo parecía venir de la montaña rusa después que me haya
mordido un zombie.
Como estaba cansada y tenía mucho sueño, porque soy
soñadora, me fui a dormir. Cuando desperté por la mañana fue cuando pedí más
explicaciones a la almohada:
- Hablame en
cristiano, por favor. ¿A qué puerta del corazón te referís?
Con sabiduría, por haber soportado el peso de mi cabeza
durante mucho tiempo, me dijo que resguarde los pedazos del corazón que aún,
(no sé cómo), funciona a pesar de los pisotones.
Que lo encierre bajo siete llaves, y que llegar a él se
vuelva más difícil que rescatar a la princesa en el Super Mario.Que de a poco se recubra con mármol para que, ni siquiera,
una rotopercutora lo traspase.
Que de esa “blandesa” que lo caracterizaba no quede ni un
miligramo. Que de la sangre de la que se alimenta sólo sea de un factor
positivo, no de sueños y palabras. Ni de ojos, ni de manos. Ni de osos de
peluche, ni de mates… ni de sus besos ni de sus recuerdos. Me dijo que tengo
que limpiarlo, tiene pedacitos de cristal por el piso que aún puede seguir
lastimando, no sólo a mí.
Sin saber cómo lograrlo, exclamé:
-¡No es disco rígido
para limpiarlo con sólo hacer clic!
Con una mirada tan apacible, me dijo que lo intente.
Y bueno, empecemos.
-A ver. ¡Pucha! Hay
muchos pedacitos de vidrio por acá. No, no, no, no. Son pedacitos de colores,
algunos tienen perfumes, otros tienen fotos… Canciones, letras, sonrisas… De
ninguna manera voy a tirar esto. Mejor, trataré de guardarlo.
Sentí una mirada reprobatoria de mi almohada, así que antes
de que me tire mala onda a mis sueños, decidí tirar lo que encontré en mi
corazón.
El paso siguiente era cerrar la puerta.
-¿Para qué?
Dijo que para que nadie más se atreva a romper algo ahí
adentro. Porque el que toca algo, toca todo. El que toca mi corazón, toca mi
futuro, mi mente, mi habla, mis movimientos, mis sueños… mi vida. Mi corazón es el todo que resume mis
partes.
Que cierre la puerta así nadie más entra a hacer líos y me
deje quebrada en mil.
Fue así como corrí al kiosko, me compré un pegamento de
larga duración y efectividad, La
Gotita.
Volví a casa, me senté en mi cama, tomé mi corazón con tanto
cuidado, y… le cerré la puerta. No le puse candado, no le puse cadenas, no le
soldé la cerradura. Lo pegué con Gotita. Y que ahí quede.
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