martes, 28 de mayo de 2013

Darse cuenta


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Como dice un cuento, que hace mucho lo escuché por boca del viento, una niña que se llamaba Bondad Inocencia, salió a pasear en una tarde de verano por el campo cerca de su casa. Después de casi veinte minutos, encontró un árbol con una sombra bastante frondosa. Era como encontrar agua en medio del desierto más árido. Se sentó bajo su copa. Apoyó su cabeza en el tronco grueso y oscuro de aquél árbol. Tenía las hojas más verdes que ningún otro. Producía su propia melodía al chocar sus ramas, y con ayuda de las brisas fuertes y continuas, creaban canciones para el momento de dormir la siesta. Bondad Inocencia, dormitaba cuando escuchó una voz. Se levantó y miró para todos lados, pero no vio a nadie. Volvió a escuchar la voz grave y cálida que le dijo:
-Hola niña, no quise asustarte.
-¿Quién habla?
-Soy yo, Compasión Conocimiento, el árbol. Se está haciendo tarde y no quiero que llegués de noche a tu casa.
-Ah, gracias. Pero es que, pensaba amanecer entre tus hojas. 
-¿Por qué?
-Para llegar a mi casa tengo que pasar por la de mi vecina, Amargura Rabiosa. Y no quiero, siempre me trata mal.
-Yo la conozco desde joven, no es mala persona.
-Lo sé, pero… No sabe cómo tratarme. Cuando me habla, no sabe escucharme. Y cuando le hablo, no me comprende. Dice que no sé lo que hago, y que mejor le haga caso, sino me irá mal.
-Mm, entiendo. Qué te parece si le decís que venga a hablar conmigo.
-Bueno.

Entonces, Bondad Inocencia fue corriendo a buscar a su vecina. Cuando estaba más cerca de la casa, caminó más lento. Pensó en las palabras que le iba a decir, y si ella aceptaría la invitación.
-Buen día, vecina. ¿Quisiera acompañarme para hablar con el árbol?
-¿Con quién?
-Con Compasión Conocimiento. Dice que quiere hablar con vos.

La vecina Amargura, levantó la cabeza, y miró hacia el lado del camino que lleva al árbol. Suspiró y dijo que sí. Tomó su bicicleta y fue hasta el lugar. Bondad la quedó mirando. El árbol nunca le dijo si ella debía estar presente. Por las dudas, emprendió camino a paso ligero. Cuando llegó, su vecina estaba dialogando bastante enfurecida con Compasión. Se acercó lentamente para escuchar lo que se decían. Al parecer, Amargura le reclamaba la insistencia del árbol en querer que ella cambiara.
-No necesito que nadie me diga nada. Yo sé muy bien lo que tengo que hacer.
-Pero, mujer, no ganás nada siendo así. Deberías abrir más tu mente, y entender que no todas las personas piensan como vos.
-No me importa. Lo que te haya dicho esa niña, seguro fue para convencerte y ponerte en mi contra. Ella lo está y quiere que todos lo estén.
-Y no te pusiste a pensar que vos solita hacés que los demás estén en tu contra. Digo, parece que lo que vos hacés y decís es lo único correcto en el mundo.
-¡Y lo es!
-¡Ay, Amargura! No llegarás a ningún lado comportándote así. Es más, te quedarás sola si no cambiás tu manera de pensar.
-¿Para qué voy a cambiar? Si estoy bien así. Además, los que no se quieren acercar a mí, allá ellos. Prefiero que me dejen tirada, a que me vivan despreciando, y humillando.
-Pero, ¿Quiénes te hacen eso?
-Todos. Hacen eso porque no les caigo bien. Me deshago haciendo y diciendo cosas para que sepan lo que hay que hacer bien, y me desprecian.
-Y, ¿no será que jugás a ser la victima en todo esto?
-¿A qué te referís? Yo no juego, soy la victima.
-Amargura, lo que veo es que querés tener la verdad absoluta de todo. Y lo real es que nadie la tiene. Muchos pueden pensar y ser diferente a vos. Y no por eso estarán en tu contra. Como por ejemplo, Bondad. Ella lo único que hace es darte su tiempo acompañándote. No por eso, exijas que piense igual a vos. Ella tiene sus sueños.
-¡Pff! Pues, debería pensar igual a mí. Porque la quiero llevar por buen camino, y que sea decente, que crezca buena.
-Y, ¿por qué pensás que no lo es? ¿Por qué no tiene tus mismos criterios de vida?
-Claro, es apenas una niña. Yo sé más que ella. Debería hacerme caso. Pero, al contrario, me desobedece.
-Ella está aprendiendo. Y siente que le atás las alas al querer inculcarle tus conocimientos. Además, lo hacés de mala forma. Tendrías que ser más comprensiva. Se hace camino al andar.
-No sé, Compasión. Ella no entiende, es rebelde. Preferiría no tenerme más como vecina, eso seguro.
-¿Eso te lo dijo ella?
-No hace falta. Lo sé.
-Pero, porque asegurás algo que nunca te insinuó. ¿Ves? No tenés la razón de todo.
-Claro que lo sé. Es así.
-¡Amargura!

En eso, Bondad se acercó a su vecina y le dijo:
-Yo no soy así. Yo la respeto, pero no entiendo por qué quiere amarrarme a la tierra, cuando mi destino es volar.
-Dejate de pavadas, niña. Quién será el tonto que te metió esa idea en la cabeza.
-Nadie.
-¡Jmm! ¿No será éste árbol viejo el que lo hizo?
-No le digas así a Compasión, es el único que me entiende. Él no me metió nada en la cabeza. Tengo planes para mi futuro, y castillos que construir.
-¡Jaja! Castillos, planes. No sabés nada. Así te irá.

Amargura Rabiosa, se subió a su bicicleta y regresó a su casa. Se perdió a la vista de Bondad, mientras ella se acercaba para sentarse en las raíces de Compasión Conocimiento.
-Es una mujer muy porfiada y terca, niña.
-Lo sé.
-No le prestés mucha atención. Es muy bueno que tengas sueños, y quieras volar. A mí me hubiese encantado ser un ave. Hasta que entendí que mi destino era ser árbol, y compartir enseñanzas con mis raíces. Vení, subite a una de mis ramas más fuertes. Podés dormir ésta noche ahí, te protegeré y verás que cuando amanezca tus sueños serán realidad.
-¡Wau! Gracias Compasión.

Bondad Inocencia trepó por el tronco del árbol. Se acurrucó en medio de donde nacen las ramas. Cantó una canción que hablaba de la esperanza, y se quedó dormida. Al amanecer, ni bien se reflejó el sol en el cielo, un hermoso pájaro se acomodaba las plumas en uno de los troncos de Compasión. El brillo del plumaje tenía un tono azulado, con un toque de dorado en las puntas. Un pico bien negro, y unas alas inmensas. No se supo qué clase de ave era. Su cantar era muy particular, parecía que decía “gracias compasión”. Emprendió el vuelo hacia un nuevo horizonte, no sin antes abrazar fuerte al árbol. Que le dio el empuje necesario para creer en ella.

*Fin*

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