Antes de que el calor veraniego derrita por completo mis
ideas, es bueno contar con un licuado de frutilla, y un lápiz como armas de
combate. Claro que escribir a mano hoy en día suena algo romántico, porque la
gran mayoría de las personas se inclinan por los booms tecnológicos, y ya
muestran una leve tendinitis en los pulgares a causa del “tiki-tiki” del
clickeo permanente en los celulares y/o tablets y/o smarthphones.
En fin, no quiero dejar de lado el hecho de que hace unas
semanas me persigue un fantasma. Sí. Se posa sobre mis hombros y vuelve lento e
incierto mi andar. Ya hace casi un mes que está ahí, vacacionando en mi espalda
como si hubiese comprado un paquete turístico. Duerme conmigo, amanece conmigo,
transpira conmigo, todo lo hace conmigo. Tiene un aspecto más bien de buen
tipo. Sonriente, descontracturado, bien pancho. Algo así como el genio de la
película “Aladino”, solo que de color gris.
Bueno, un día decidí empezar a hablar con él, y le pregunté
qué quería, por qué no me dejaba. Y fue ahí cuando me dijo que él se iría
cuando yo lo decidiera. Le dije que se fuera, que ya se volvió un poco pesado,
y que además hacía mucho calor como para tener a alguien tan pegado a mí. Y
mientras se acomodaba entre mi oreja y mi pelo me advirtió que no es así como
funciona la cosa, que él desaparecería cuando yo deje de sentir esa
incertidumbre que me hundía en la tierra. Eso era él: incertidumbre. Siguió
diciéndome que no tenga más miedo al mañana, y deje de arrastrar cual grillete
en el pie mi frustración reciente. El
futuro es una palabra pintada con miedo, a la cual hay que prestarle atención,
pero no darle toda la importancia de los actos. El reloj te dice la hora de
ahora, que es cuando estás vivo. Ni un minuto antes ni un minuto después.
A la par que él filosofaba, yo comprendía que iba a ser
difícil despegarme de su peso. Me di cuenta que apareció en el momento en el
que me cai de una bicicleta que yo creía me llevaría a una meta que hace tiempo
quiero cruzar. Pasó que cuando estaba transitando la recta final, un duende con
pelo blanco y fama de falluto y desalmado me tiró un adoquín por la cabeza. Me
fracturó el ego, y la seguridad de mi existencia. Si bien fue reciente,
arrastro esa cicatriz hasta hoy, y aún no encuentro pomada curativa que la
borre. Entonces, deduzco que él va a seguir acá, conmigo.
Mi fantasma copado me acompaña en mis mateadas. El atrevido
lo prefiere con leche y ralladura de coco, pero después de que le pegué una
cachetada sonora, entendió que o es amargo o no es nada. Ya hasta me encariñé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario