sábado, 8 de diciembre de 2012

Esa canción que me hace acordar





Cuando uno escucha una canción y presta una atención especial a la letra, y descubre que el universo conspiró para que esa canción llegue a nuestros oídos, automáticamente se eriza la piel porque revelamos que es tal cual lo que nos pasa. La famosa “piel de gallina” por todo el cuerpo. ¿Por qué?  Porque esa letra provoca sensaciones que teletransporta nuestra mente a algún momento concreto, que queremos volver a vivir. Que queremos vivir eternamente. Como poner play a un video y que se repita incansablemente.

“Descuarticé mil margaritas para saber si me querés, o si en mi cabeza me lo hice creer.”

Ya a estas alturas, sin calcular el nivel sobre el mar en el que me encuentro, no puedo discernir si fueron verdad todas las cosas dichas, todas las palabras salidas de una boca que intenté cuidar. Entonces, ¿fue una creación de mi cabeza? Me apuesto el 90 por ciento de mi sueldo a que sí.

“Ya te envié unas mil cartas este abril, para que contestes y yo deje de arruinar mi jardín.
Me quiere. No me quiere.”

Durante mucho tiempo quedé estática en el mismo lugar. Como si estuviese anestesiada. Evadiendo la realidad que me venía a tocar la puerta como quien me viene a cobrar una deuda. Yo me escondía bajo la mesa, con mi almohada que me permitía soñar, y los auriculares que me elevaban a un arco iris. Una especie de dopaje constante. Y a mi lado la margarita deshojada.

“Ya dejé de jugar a la estrella de rock, no es divertido si vos no estás prestando atención.”

Como si fuese un cartel de publicidad, yo tenía razón de existir si sobre mí estaban sus ojos. Es decir, para que no suene tan drástico, mis pensamientos, mis acciones, mis verbos, tenían (tienen) su nombre. La vez que por fin me cayó la ficha en la parte frontal de mi cabeza, fue cuando entendí que yo era una persona “más” en su camino. Absolutamente nada en especial.

“Ya superé esa etapa de mentir diciéndote ‘estoy mejor’, y lloro en cada canción.
Me quiere. No me quiere. Me quiere mucho, poquito o nada.”

Desde que tengo memoria he sabido manejar bien el uso de disfraces y máscaras. Mis emociones saben ser disimuladas por mi impecable desempeño en disimular. “No me pasa nada”. Tiene que suceder un terremoto, cien tsunamis, y dos mil huracanes para que llegue a expresar lo innegable. Mientras, yo disimulo para que mi dibujo de la realidad no se borre, porque así estoy bien, en un cierto equilibrio que me mantiene respirando. Y mientras deshojo la margarita.

“Mil margaritas voy a destruir, hasta que sepa lo que sentís por mí. Mil margaritas arranque del jardín, para que me digan si me amaste o si me mentí.”

A ver si una flor de mi jardín me asegura lo que hoy tambalea en mi mente. Aunque me re contra certifiquen que son verdades las que escuché. Porque me parece confuso todo. Totalmente todo lo que mi memoria se encarga de repasar, como apuntes de facultad. A veces lo creo, otras dudo. Dudo porque mi cabeza sabe hacerme creer cosas que no están ahí. Es un gran ilusionista que aprendió con Houdini. Tanto que ni yo puedo distinguir lo real de lo ficticio. Y más aún si se complota con las frases llenas de azúcar que llegaron a mis oídos repletas de perfume. Me dejé llevar.

“Me quiere. No me quiere. Me quiere mucho, poquito o nada.
Me quiere. No me quiere. Dice que mucho, yo siento que nada.”

Siento, ahora, que nada. Quiero creerte, pero no estás. 


*Ésta es la canción: Mil margaritas

martes, 4 de diciembre de 2012

La gotita, nada despega





De forma convincente, anoche la almohada me dijo que cierre la puerta. Levanté la cabeza y miré a mis espaldas, la puerta estaba cerrada. Confundida pregunté:

-¿De qué puerta me hablás?

Fue cuando, luego de un suspiro, mi almohada me explicó que debo cerrar la puerta de mi corazón, o de lo que quede de él. 

Hasta ese momento seguía sin entender, quizá porque eran las 3 de la madrugada y yo parecía venir de la montaña rusa después que me haya mordido un zombie. 

Como estaba cansada y tenía mucho sueño, porque soy soñadora, me fui a dormir. Cuando desperté por la mañana fue cuando pedí más explicaciones a la almohada:

- Hablame en cristiano, por favor. ¿A qué puerta del corazón te referís?

Con sabiduría, por haber soportado el peso de mi cabeza durante mucho tiempo, me dijo que resguarde los pedazos del corazón que aún, (no sé cómo), funciona a pesar de los pisotones. 

Que lo encierre bajo siete llaves, y que llegar a él se vuelva más difícil que rescatar a la princesa en el Super Mario.Que de a poco se recubra con mármol para que, ni siquiera, una rotopercutora lo traspase. 

Que de esa “blandesa” que lo caracterizaba no quede ni un miligramo. Que de la sangre de la que se alimenta sólo sea de un factor positivo, no de sueños y palabras. Ni de ojos, ni de manos. Ni de osos de peluche, ni de mates… ni de sus besos ni de sus recuerdos. Me dijo que tengo que limpiarlo, tiene pedacitos de cristal por el piso que aún puede seguir lastimando, no sólo a mí. 

Sin saber cómo lograrlo, exclamé:

-¡No es disco rígido para limpiarlo con sólo hacer clic!

Con una mirada tan apacible, me dijo que lo intente.
Y bueno, empecemos.

-A ver. ¡Pucha! Hay muchos pedacitos de vidrio por acá. No, no, no, no. Son pedacitos de colores, algunos tienen perfumes, otros tienen fotos… Canciones, letras, sonrisas… De ninguna manera voy a tirar esto. Mejor, trataré de guardarlo.

Sentí una mirada reprobatoria de mi almohada, así que antes de que me tire mala onda a mis sueños, decidí tirar lo que encontré en mi corazón. 

El paso siguiente era cerrar la puerta.

-¿Para qué?

Dijo que para que nadie más se atreva a romper algo ahí adentro. Porque el que toca algo, toca todo. El que toca mi corazón, toca mi futuro, mi mente, mi habla, mis movimientos, mis sueños… mi vida. Mi corazón es el todo que resume mis partes. 

Que cierre la puerta así nadie más entra a hacer líos y me deje quebrada en mil. 

Fue así como corrí al kiosko, me compré un pegamento de larga duración y efectividad, La Gotita.
Volví a casa, me senté en mi cama, tomé mi corazón con tanto cuidado, y… le cerré la puerta. No le puse candado, no le puse cadenas, no le soldé la cerradura. Lo pegué con Gotita. Y que ahí quede.

sábado, 1 de diciembre de 2012

El 31 voy a dejar de lloriquear





Cada tanto uno se pone un plazo para realizar cierta cosa pendiente o en cuestión. Por ejemplo, en 15 días tengo que bajar equis cantidad de kilogramos, en 20 días ahorraré 100 pesos para comprarme un vestido, y ese tipo de cosas. 

Bueno, mi objetivo va más allá de bajar los rollos o de adquirir indumentaria. Mi meta en éste caso es más difícil que enhebrar un hilo en la aguja con los ojos cerrados en medio de un apagón con viento de frente a mil por hora. Lo mío es intentar, (préstese atención que no demuestro demasiada convicción, ya soy más realista), dejar de chillar, llorar, hacer berrinche, el 31 de diciembre. Sí, sí. No sé por qué esa obstinación por persuadirme a mí misma en derramar la última lágrima esa noche. 

Quizás porque soñé que esa noche estaría brindando por algo nuevo para el año nuevo en compañía. Pero no. Nada de la realidad cambió. En mis sueños sigue igual, está ahí, tan lindo como siempre. Pero el golpe de sidra y clericó me harán estrellarme contra la tierra como un huevo. Lo sé. 

Me seguirán persiguiendo los recuerdos, y absolutamente todo lo que me lleve a pensar en los recuerdos. Y como si fuera capricho del destino, últimamente todo me lleva a pensar en cosas que son “especiales”. 

Para colmo, aumenta mi bipolaridad extrema en el día:
- Ok, ya no me importa… pero, ¿pensará en mí?... ¡naa! ¿¡Qué va a pensar en mí!? Jajaja (risa esquizofrénica)… No pará, y si lo hace… ¡Pff! Ni ahí, seguro le está diciendo a otra lo mismo que me decía a mí a esta altura del año pasado…

Y cosas por el estilo. 

Lo sabido desde épocas ancestrales en mi mente, es que se vienen temporadas jodidamente largas para mi almohada y mis párpados. Hace un año me tropezaba con la piedra más brillante que pude haber encontrado por ahí, o que me encontró mejor dicho. Tanto era el brillo, que me encandiló fácil y rápidamente. Tipo flash de fotografía. 

En fin, para el 31 prometo, (na, no me crean), llorar por última vez. Si así no lo hiciese, que vengan a mis sueños todos esos momentos tan lindos y me torturen todo enero. Que así sea.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Y bueno...




Si bien había “algo” dentro de mí que me decía que iba a pasar lo que terminó pasando, también había algo más fuerte dentro de mí que insistía con una palabra denominada Esperanza. 

Eso que estaba siempre latente, no lo veía. O no lo quería ver. O me escondía. O se escondía. Lo que fuere, che. Estaba, pero tan a un costadito que creí que se iría definitivamente de acá. 

Como de costumbre, (y está más que claro: mi subconsciente me lo ha dicho muchas veces), mi mente soñadora volaba por el firmamento más luminoso que se pueda imaginar una persona en su sano juicio. Así de sencillo. Mezcla de sueño y cordura lógica. 

Cuando estaba ahí, en lo más alto acariciando las estrellas con los dedos, y tomando mates con las mariposas del cielo, agarré un lápiz. Y dibujé. Dibujé mi mañana. Usé el cielo como papel. Usé el sol como mi amor. 

Entre garabatos de corazones y caritas felices, me dibujé. Con un brillo en los ojos jamás antes visto siquiera por un ángel. Ese brillo no era mío, le pertenecía al sol. 

A partir de ahí, finalizó el horario de protección al corazón. Me dejé llevar. Y ¿cómo no? ¡Si hasta dibujé al perro que nos acompañaría en nuestra casa! En “nuestro” futuro. ¡Ahí! ¡Ahí estaba! Ladrando y moviendo la cola. 

Y lo dibujé a #Él, también con ese brillito encantador en sus ojitos de nene lindo. Lo dibujé rodeado de flores, de un arco iris dorado, de helados de chocolate y frutilla. Rodeado de estrellas, de lluvia, de notas musicales, de segundos eternos. Hice trazos de sueño y lo llené de color, de tardes en mis brazos, de sábados irrepetibles, de risas interminables… rodeado de amor. Lo dibujé en mi calendario sin vencimiento.
Y ahí está. Eso que dibujé con tanto esmero, se humedeció. Se fue poniendo gris, gris oscuro. Se nubló mi sol. 

Mi cerebro estaba guardado en un cajoncito. Mi corazón copó los controles de absolutamente todos mis sentidos. Hasta de mis pocas neuronas. 

¿De quién es la culpa?... De nadie. Ni de #Él ni de mi. Del destino, de quien lo escribe, de mi karma tal vez. No sé. Ni me interesa saberlo. Se me fue el sol, se apagó. Como cuando uno apaga el velador y ya no lo vuelve a prender. 

La cuestión es que insistí. En realidad, insistió la Esperanza. Y yo le creí, claro, porque esa cosa que latía entre mis huesos del tórax me impulsó a hacerlo. Y así quedé… con un pocito en el pecho. Con mi dibujo arrugado, mis ojos cansados y mis sueños frustrados.

domingo, 7 de octubre de 2012

Hace frío, mucho frío



Parece que el frescor invernal no quiere despedirse de este año todavía. Como que quiere seguir maltratando a quienes lo padecemos. Pero, hace poco descubrí que tenía más frío que antes. Descubrí que sufrí los días frescos desde hace meses. Y aún hoy.
Me pareció raro que sea yo solita la que ande temblando por las calles, mientras la gente a mi alrededor no sentía ni la más leve brisa fresca. Yo tiritaba, aún envuelta en miles de tapados y frazadas. Temblaba. Me sacudía de vez en cuando para ver si se me pasaba, pero no. Es como si el invierno se haya instalado en mí. Cosa rarísima.
Los demás no lo notaron, no lo notan. Aunque algo sospecharon cuando dije: “Hace mucho, mucho frío ¿no?”. Y me miraron, casi con semblante de burla y sorpresa. Dijeron: “¡No! Hace casi 30 grados a la sombra”. Pensaron que quizás yo estaría enferma, a punto de engriparme, o algo así. El caso es que no, no era eso, y yo comenzaba a entender.
El frío me sigue a mi, incluso en mitad de primavera, y presiento que hasta que llegue el verano. O más. No discrimina si es por la mañana, por la tarde, o a la noche. Yo tengo frío. Frío que pone de punta mis poros, que hiela los huesos. Que me lleva a los glaciares de mi mente, traicionándome yo misma. Un frío que quema mis labios, los pone morados. Que no me deja escribir, no me deja leer. Que no me deja seguir.
¿Desde cuándo? Creo saberlo, pero… ya para qué, si el remedio es muy caro.

viernes, 28 de septiembre de 2012

El mate me escucha



Situación: ésta masa de músculos, huesos, y nervios tomando mate frente a una pantalla, tratando de concentrarse para emitir ideas fructíferas. Resultado: charla más que interesante con el mate.
- Querido compañero de soledades y sociedades, sigo bastante, bastante hundida en mi gran nube-, le dije.
- Lo sé, lo sé. Tu subconsciente me lo contó todo hace meses-, confesó el mate, sin pelos en la lengua.
- Entonces, estás al tanto que esto es un sueño, y que en realidad la realidad no existe para mí.
- Ajá. Lo sé todo.

Lo usé de psicólogo. Más que veces anteriores. Escuchó con razonable atención.

- Estoy tomando soda-, recapacité ante la mirada estupefacta de mi amigo, el mate, que no entendía ni jota.
- A ver, a ver. ¿Cómo es eso?
- Sí. Es que, veo todo como más light. Si bien, es obvio que me van a perseguir los fantasmas de siempre, transcurro una etapa de “liviandad”.

Es claro que así era, porque estaba hablando con el mate. Si fuera lo contrario, estaría debatiendo con el alcohólico de mi subconsciente.
Tema aparte era el asunto de mis fantasmas, que van conmigo casi como mi sombra. No quise tocarlo porque creo que ellos me estaban mirando, al menos eso sentí.
Pero bueno, en fin. El mate Matienzo no era un filósofo de aquellos como lo es una de las tres partes de mi conciencia. Adivinaba lo que pasaba por mi mente en ciertas ocasiones.
Lo bueno es que ahora sé que tengo otro apoyo más. La incógnita es que no sé cómo se llevarán entre ellos. Da igual, uno es mi angelito, el mate claro está. Y el otro auspicia de Lucifer, aunque, pobrecito, no le hagamos mala fama ahora que está medio escondido de todo el mundo. Hablo de mi consiente mecánico, el borracho alegre. Que en realidad bebe para ayudarme. Pero eso es tema de otra sesión.

lunes, 13 de agosto de 2012

Esquizofrenia, yo y mi otro yo



Frente al espejo matinal predesayuno descubro que tengo complejo de personalidades cerebrales. No sé si alguna comunidad científica en salud admite dicho síntoma como una patología, pero no encontré mejor título que describa la situación y menos una mañana de invierno antes de tomar mi matecocido.
El o la culpable de semejante embrollo mental, no sabría señalar. Quizás sea yo misma, ya que estamos, quien se dibuja esos mundos, submundos e inframundos en su vida. Lo seguro es que sucede sólo en mi cabeza que, dicho sea de paso, ha sufrido varios tsunamis en lo que va del año. Y menos mal que sucede sólo en ese espacio reducido, porque si se sufriera también en mi persona de carnes y huesos sería peor la cosa.
Entre varias instancias de identidad mental se destacan dos. ¡Pobre mi cerebro! Que lo hostigo con semejantes especulaciones cuando soy más pensativa. En cambio, cuando la intuición es la que manda, mis neuronas sienten que están de vacaciones en el Caribe. En resumen, pienso menos. Y sólo hay lugar para analizar la frase sabia que un ser amoroso supo aconsejarme: “Tenés que dominar tus sentimientos, y no que ellos te dominen”. Excelente receta.
Lo realmente terrorífico es cuando estas dos características deciden ir de la mano. Un ser pensativo-intuitivo es el peor karma que pudo recaer en mi lucidez. Pero, no neguemos que es una buena combinación, como el mate y los amigos.
La verdadera revolución en mi (sano) juicio se da cuando aparece en escena esa persona. Más que complejo de personalidad entra en acción un estado de adormecimiento psíquico, casi placentero, que roza la demencia. No me quejo, es más, me gusta. Lo que se siente como incomodo y destructivo es recurrir al viejo truco de “hacerme la película” cuando mi mente cree haber visto algo sospechoso. Se retuerce como lombriz en sus últimos suspiros, y me lleva a filmar trilogías dignas de Hollywood. Cosa que al final, (no sé por qué, será obra divina), revelo que sólo eran fantasmas. ¡Pucha! Si esa persona lo supiera.
En fin, después de mi matecocido diario con pan integral, sigo maquinando cosas que al fin y al cabo me ayudan a conseguir, bien o mal, mis objetivos. En pocas palabras, sigo siendo yo.

domingo, 5 de agosto de 2012

Sobredosis de té de boldo



Cuando el viento está calmo y la media mañana acaricia con los tibios rayitos del sol, paro mi rutina para tomar un té, con la compañía de la luz fuerte que ingresa por la ventana. Mi fiel colega además de mis libros. Puede que algunos días me incline a tomar té de manzanilla, o de anís, o una mezcla de hierbas. Pero, la mayoría de las veces caigo en mi clásico, el de boldo. Bien podría endulzarlo con azúcar o esencia de vainilla, pero a mi paladar le gusta más con su sabor natural.
Mientras mi mente divaga por los recuerdos que quiere que vuelvan a ser realidad, se entremezcla en ella la posibilidad de crear nuevos sabores de tés. Como por ejemplo, dentro de cada sobrecito de té de tilo debe venir una pizca de “autoconfianza”. Con el de manzanilla y miel, un poco de “orgullo antipisoteo”. En el de menta, tranquilamente, se puede adjuntar escaso y fino gusto a “decisión”. Pero sin lugar a dudas, el que tendrá más éxito es el de “boldo con olvido”. Una sensación cálida y delicada en cada sorbo, mientras se te olvidan un par de cosas que quisieran que pasen a ese lugar del inconsciente en donde se pierden los momentos y quedan en las sombras. ¿Quién no quisiera tomar mates y agregarle al agua una mezcla de todos estos brebajes?
Si fuese así fácil de hacer, poner agua caliente y ¡listo!, ya tenés tu tecito para arrancar el día de la mejor manera. O en cualquier momento de la jornada. Para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.
Claro, todo muy lindo, muy dotado de hermosura, pero en el instante en que iba a anotar esa gran idea despierto ante la silbatina de la pava que me dice que ya puedo hacerme otro té. Porque nunca hay un último del día. Y porque será mejor que en lugar de encontrar esos sabores en las tisanas, las encuentre en mi propio camino.

miércoles, 11 de julio de 2012

Mi subconsciente borracho. Parte II


“Sucumbí, sucumbí, lo hice de nuevo”, expresaba con fervor psicótico ante su mirada atenta, casi como diciendo “y sí, se veía venir”.
No dejó que me sintiera mal, pero sabía cómo terminaría esa charla. Yo, enojada conmigo misma, por ende con él también. Y él, más borracho de realidades que de tequila.
- Por cierto, ¿de dónde sacaste esa botella?
- Acá una neurona bastante desinhibida me la dio. Es que perdió conmigo jugando al truco, y el premio era el tequilazo. Igual, viene al pelo para el fresco invierno. Ja.-
- En fin, nunca un té de boldo vos.-
- Y Boston, nunca dos días seguidos de seguridad interior.-
- Paremos, paremos… che, una inquietud: ¿Por qué yo no siento los efectos del alcohol que tomás?-
- Vos no necesitás alcohol, vos estás embriagada de sueños.-

Confieso que con eso calmó las aguas tormentosas. Aunque, no entendí muy bien lo que me quiso decir. Como sea, dejé de sentirme incómoda al hablar con mi desprendido subconsciente. Es que logró sacarme de este plano, me cambió de tema y… con eso pudo hacerme entender (un poquito) que no soy la misma de antes.
Mientras yo miraba hacía un horizonte no definido, él me explicó que debo empezar a tomarme más las cosas con soda. Bueno, teniendo en cuenta que estaba ingiriendo unas bebidas, era claro que mi subconsciente borracho me aconsejaba que relaje las cosas bebiendo. Pero, aún así, parecía más lúcido que nunca.

- ¿Me estás queriendo decir que vivo más volando entre astros que pisando el suelo?-
- Qué, ¿te diste cuenta recién de eso? Pff, dale, poneme un hielo.-
- No, no, a lo que voy es que… si debo cambiar eso.-

Al parecer dije algo malo, porque la expresión en su rostro cuasi fantasmal fue de mucho asombro, y a la vez de rechazo.

- ¡Claro que no pebeta! –sí, a veces usaba términos arrabaleros- Lo que quiero que entiendas bien, y que te quede grabado en esa cabecita de corcho que tenés, es que sos así, y así debés ser. Nunca lograste comprender del todo que siendo así, ganás.

Así terminaba la conversación de ese día, no porque esa sea la moraleja final, sino porque quedó totalmente despilfarrado en el piso, durmiendo. Y de paso, me contagió las ganas de dormitar. Fui acomodándome en mis aposentos, y con una sonrisa dibujada en mi semblante por la lección aprendida, fui a soñar en compañía de la almohada.

martes, 3 de julio de 2012

Mi subconsciente borracho


Hay días en los que tengo una charla bastante interesante, más bien un cruce de palabras intenso frente al espejo. ¿Quién hablaba del otro lado del reflejo? Mi subconsciente. Y no lo hacía mi inconsciente porque estaba ocupado resolviendo problemas de Edipo.
Al principio no percaté en quién o qué veía frente a mis ojos. Ni siquiera se presentó. Era muy parecido a mi, por eso caí en la realidad de que tenía a uno de mis alter egos hablándome de cosas. No me atrevo a decir que filosofaba.
Cuestión que las palabras no tenían una coherencia entre sí. Más con razón confirmé que era alguna parte de mí que traspasó la dimensión reflejada. Eran más bien cosas sueltas, dichas siguiendo alguna línea de pensamiento que a veces no captaba.
“Parecés borracho”, exclamé casi riendo. Con la mirada fija en la mía, mi subconsciente me aseguró que lo estaba. Pero no era una borrachera de esas que no dejan razonar sobre el presente. Sino, de las que permiten una charla y un dialogo ameno y grato.
Tanta era la confianza luego de meses de conversaciones, que él se creía con derecho a regañarme si fuese necesario. De hecho, yo le daba ese lugar. Borracho y todo, a veces sin saber en qué día estaba el mundo, sus palabras eran (y lo son) sabias:
Yo: ¿Por qué a veces suelo ser tan pelotuda?
Mi subconsciente borracho: Para eso no hay explicaciones ‘mija. Dejarías de serlo si dominaras más tus sentimientos.
Yo: ¡Ah!, sí, qué fácil eso ¿no? Y, ¿dónde están las riendas?
Él: En tus recuerdos, en tu memoria. Sino, tomatelo con soda.
Yo: Claro, con soda. Ajám.
Él: Bueno, entonces no me hablés más si te vas a poner así.
Yo: ¡Encima te ponés de esa manera! Te estoy preguntando bien, ¿por qué soy así?
Él: Y… Sos así, y así el universo está en equilibrio, entonces pa’ qué querés cambiar eso, pues.
Yo: Porque es lo único que saben hacer conmigo, boludearme.
Él: No exagerés, chiquita. Vos le das ese lugar.

Entre risas y llantos, mi subconsciente borracho me daba una bofetada de realidades que ponían toda mi humanidad en la tierra. No era fácil hacer eso, ya que suelo estar en una habitación muy cómoda en las nubes. Soy socia vitalicia de vivir allí. Y sólo bajo, mejor dicho caigo al mundo, dos, o tres veces al año.
En fin, esta pequeña parte de mí vive agazapada en mi hombro, y de vez en cuando quiere tomar el mando de mis acciones. Sólo que nunca le hago caso, algo característico en mí, pequeño detalle por cierto.